jueves, 22 de septiembre de 2016

Octubre-mes misionero

Se acerca octubre, el mes misionero, por eso queremos compartir por secciones contigo, la experiencia misionera de santa Teresa de Lisieux, la gran patrona de las misiones, junto a san Francisco Javier. 

Santa Teresa del Niño Jesús fue nombrada por Pío XI, en 1925, Patrona de la Obra de San Pedro Apóstol para el Clero Nativo y, en 1927, Patrona de las Misiones junto con san Francisco Javier. Nació en Normandía, Francia, el 3 de enero de 1873, fue monja de clausura a la edad de 15 años, y dedicó su existencia a orar y a sacrificarse por los sacerdotes, especialmente los misioneros. Murió muy joven, a los 24 años, pero dejó un mensaje excepcional por su sencillez y profundidad.

UNA FAMILIA MISIONERA

Aunque la santidad no se hereda, sí podemos decir que las circunstancias que nos rodean normalmente van moldeando nuestra vida. Vivía Francia por aquel entonces un esplendoroso espíritu misionero, que había penetrado en los hogares cristianos. Así, la señorita María Paulina Jaricot, apoyada por su familia y sorteando mil dificultades, concibe la idea madre de la Propagación de la Fe; monseñor Carlos A. Forbin Janson funda la Obra de la Infancia Misionera; y, posteriormente, se establece también la Obra de San Pedro Apóstol, impulsada por la entrega generosa y la dedicación plena de Juana Bigard y de su madre, Estefanía. 
Santa Teresa nace en una casa donde se vive intensamente el espíritu, misionero. Los Martin-Guèrin, sus padres, suspiran por tener un hijo misionero y, en compensación de este deseo frustrado, ofrecen todos los años una buena limosna para la Propagación de la Fe. Eran abundantes las oraciones y los sacrificios que se imponía esta familia pidiendo a Dios la conversión de los pecadores. 
Es emocionante leer el testimonio que Teresa, la más pequeña de las hijas, nos ha dejado de sus padres: «Ellos pidieron al Señor que les diese muchos hijos y que los tomara para sí. Fue escuchando este deseo. Cuatro angelitos volaron para el cielo y las cinco hijas que quedaron en la arena escogieron a Jesús por Esposo. Mi padre, con un ánimo heroico, como un nuevo Abrahán, subió tres veces a la montaña del Carmelo para inmolar a Dios lo que tenía de más querido. Primero fueron sus dos hijas mayores... Después la tercera de sus hijas... en el Convento de la Visitación... Al escogido de Dios no le quedaban más que dos hijas: la una de dieciocho años, la otra de catorce. Ésta, Teresita, le pidió volar al Carmelo, lo cual obtuvo sin dificultad de su padre. Cuando la hubo conducido al puerto, dijo a la única hija que le quedaba: “Si quieres seguir el ejemplo de tus hermanas, consiento en ello, no te preocupes por mí”. Más tarde, él mismo dirá: “Dios sólo puede exigir un sacrificio como éste... Mas no me compadezcáis, porque mi corazón rebosa de alegría”» (Manuscritos, cap. VII). Eran muchas las obras de caridad que hacían, pero su mayor alegría y empeño principal era la conversión de un pecador. 
Estas ideas van formando y conformando la personalidad de aquella niña: «El Señor me hizo nacer en una tierra santa y como impregnada de un perfume celestial» (Manuscritos, cap. I). Y en una carta a uno de sus “hermanos” misioneros añade: «Dios me ha dado un padre y una madre más dignos del cielo que de la tierra» (carta al P. Bellière). Nacida en este jardín, ella misma nos dirá más tarde: «Si hubiera sido libre para disponer de mis bienes, me habría arruinado ciertamente, porque no podía ver una persona en la miseria, sin darle en seguida cuanto necesitaba» (Últimas conversaciones). A este propósito nos recuerda lo que hacía a sus ocho años: «Sacaba de mi hucha algunas limosnas para entregarlas en determinadas fiestas solemnes a la Obra de la Propagación de la Fe» (Manuscritos, cap. III). 
De interna en el colegio de las benedictinas, le gustaba llevar una cruz llamativa que le hacía recordar a los misioneros. Ella misma nos dice: «Me gustaba muchísimo asistir con las religiosas a todos los oficios. Llamaba la atención entre mis compañeras por un crucifijo que Leonia me había regalado, y que llevaba atravesado en el cinturón, como lo llevan los misioneros». 
Podemos decir de ella que fue una flor tan cuidada de Dios y de sus padres que desde sus primeros años emprende el camino de la disponibilidad y de hacer siempre la voluntad de Dios. Era tal su delicadeza que confiesa no recordar haber dicho nunca un no a Jesús desde que tenía tres años.


Hay en tu familia, en la parroquia, entre tus amigos, o en personas que conozcas, que vaya despertando en ti el espiritu misionero? 



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