Teresa de los Andes escribe a una amiga que se encuentra en búsqueda, se desborda en consejos, pues ha recorrido el camino…
“La vida religiosa es, hermanita mía, no es sino vida de sacrificio. El alma se ha dado a Dios y debe darse enteramente, pues el amor no deja nada para sí; todo lo consume, para que de esas cenizas se levante una persona sola: Cristo. La criatura se consumió en la divinidad. Ella no tiene voluntad, sino lo que diga Jesús por sus superiores. Si la mandan trabajar, aunque esta enferma lo debe hacer. Si le ordenan rezar y después dejar ese rezo e irse a sus hermanas, lo debe hacer. Esto sin decir palabra. Jesús obedeció en silencio. Su espíritu y su corazón deben someterse en silencio. Cristo era superior a las criaturas, veía el mal que le causaban los judíos al darle muerte y, sin embargo, se sometía enteramente sin murmurar. Sufre la religiosa al vencerse a si misma en despreciarse y humillarse, en vencer sus defectos y adquirir las virtudes para ser perfecta; en amar y servir con alegría y caridad a aquellas de sus hermanas que no tienen voluntad para con ella. Mas hermanita mía, hay otros sufrimientos aún mayores que no se si los comprenderás. Estos son las sequedades del espíritu, que consisten en verse enteramente abandonada de Dios; en no sentir ningún fervor en la oración. Como somos tan miserables nos apegamos al fervor sensible, a sentir el amor de Dios sensiblemente, y vamos muchas veces a la oración a buscar los consuelos de Dios, pero no a Dios. Esto es imperfección y nuestro Señor purga a las almas que quiere dándoles estas sequedades, y solo cuando ya no les importa sentir o no sentir, les regala y las consuela. Este es el mayor sufrimiento pues el alma se ve abandonada a sus fuerzas, separada de Dios a quien tanto ama y cercada de tentaciones; llena de flaquezas. ¡Como será este sufrimiento que Nuestro Señor llamo a su Padre con angustia al verse abandonado de Dios! ¡Cuánto mayor será el sufrimiento del alma al verse sola sin Aquel por quien lo dejo todo!!!
Me dices que quieres ser la casita de Dios. Me alegro mucho por ello, pues veo por eso que lo quieres. Sor Isabel de la Trinidad decía: “Dios es el cielo y Dios esta en mi alma”. Luego tenemos el Cielo en nuestra alma. “
Santa Teresa de los Andes
Carta no. 65