La
alegría es uno de los principales temas de las Escrituras; se le encuentra por
todas partes en el A. y en el N.T. El mensaje de la Biblia es
profundamente optimista: Dios quiere la felicidad de los hombres; su
éxito, su expansión, los quiere colmados de abundancia y de plenitud. La
alegría traduce, en el ser humano, la conciencia de una realización ya efectiva
o todavía por venir.
El mundo actual apenas conoce esta alegría
integral, que supone una profunda unificación del ser en la línea de su
existencia según Dios. Hay algunas alegrías propias del ser humano
moderno, por ejemplo, la que procura la transformación de la naturaleza. Pero
estas alegrías quedan reservadas a unos pocos e incluso, generalmente,
son dudosas. La mayor parte de los hombres y mujeres buscan la alegría en la evasión, el sueño y el
placer, y aceptan una vida cotidiana sin relieve y sin sentido. Las más de las
veces el hombre se encuentra destrozado en todos los sentidos, y muy
pocos son los que llegan a unir los múltiples hilos de existencia concreta.
Un síntoma
de la alegría verdadera es cuando dejándote interpelar por su voz, respondes
como si hubieras encontrado lo más grande de tu vida, como si en realidad hubieras
descubierto el tesoro escondido. Adviento y navidad son tiempos propios para
encontrarte con la alegría y responderle.
La alegría del Evangelio es una alegría que viene de lo Alto, pero que, al mismo tiempo, debe surgir de un corazón de hombre: es una alegría divino-humana. Jesús es el iniciador definitivo de esta alegría: esta alegría es pascual, ya que está, necesariamente, ligada al acto último por el que Jesús expresa su obediencia al Padre dando su vida por todos los hombres. (...) La alegría que experimentan los cristianos se traduce espontáneamente en acción de gracias, ya que la salvación por la que se alegran es, en primer lugar y ante todo, un don. Esta dimensión de su alegría es completamente esencial: los cristianos saben que el triunfo definitivo de la aventura humana depende radicalmente de la misericordia obsequiosa de Dios Padre. "En esto consiste su amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos ha amado a nosotros..." Cuando nos sentimos llamados a seguirle, no es que nosotros lo hayamos elegido a Él, sino que El no eligió a nosotros. Desde ahí se hace más plena la alegría.
La alegría del Evangelio es una alegría que viene de lo Alto, pero que, al mismo tiempo, debe surgir de un corazón de hombre: es una alegría divino-humana. Jesús es el iniciador definitivo de esta alegría: esta alegría es pascual, ya que está, necesariamente, ligada al acto último por el que Jesús expresa su obediencia al Padre dando su vida por todos los hombres. (...) La alegría que experimentan los cristianos se traduce espontáneamente en acción de gracias, ya que la salvación por la que se alegran es, en primer lugar y ante todo, un don. Esta dimensión de su alegría es completamente esencial: los cristianos saben que el triunfo definitivo de la aventura humana depende radicalmente de la misericordia obsequiosa de Dios Padre. "En esto consiste su amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos ha amado a nosotros..." Cuando nos sentimos llamados a seguirle, no es que nosotros lo hayamos elegido a Él, sino que El no eligió a nosotros. Desde ahí se hace más plena la alegría.