CUATRO COSAS PARA RECORDAR
- La vocacion inplica creer, que significa renuncar a uno mismo y centrar la vida en Jesucristo, en el abandono y la confianza de Abrahán
- La raiz profunda de dejar todo para abrazar una vida en el seguimiento de Cristo es el amor y no el desprecio a las cosas.
- La experiencia del éxodo es paradigma para quien sigue una vocación de especial dedicación al servicio del Evangelio.
- la vocación es siempre una acción de Dios que nos hace salir de nuestra situación inicial, y nos proyecta hacia la alegría de la comunión con Dios y con los hermanos.
En
la raíz de toda vocación cristiana se encuentra este movimiento fundamental de
la experiencia de fe: creer quiere decir renunciar a uno mismo, salir de la
comodidad y rigidez del propio yo para centrar nuestra vida en Jesucristo;
abandonar, como Abrahán, la propia tierra poniéndose en camino con confianza,
sabiendo que Dios indicará el camino hacia la tierra nueva. Esta ''salida'' no
hay que entenderla como un desprecio de la propia vida, del propio modo sentir
las cosas, de la propia humanidad; todo lo contrario, quien emprende el camino
siguiendo a Cristo encuentra vida en abundancia, poniéndose del todo a disposición
de Dios y de su reino. Dice Jesús: ''El que por mí deja casa, hermanos o
hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y
heredará la vida eterna''. La raíz profunda de todo esto es el amor. En efecto,
la vocación cristiana es sobre todo una llamada de amor que atrae y que se
refiere a algo más allá de uno mismo, descentra a la persona, inicia un
''camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su
liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el
reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios''.
La
experiencia del éxodo es paradigma de la vida cristiana, en particular de quien
sigue una vocación de especial dedicación al servicio del Evangelio. Consiste
en una actitud siempre renovada de conversión y transformación, en un estar
siempre en camino, en un pasar de la muerte a la vida, tal como celebramos en
la liturgia: es el dinamismo pascual. En efecto, desde la llamada de Abrahán a
la de Moisés, desde el peregrinar de Israel por el desierto a la conversión
predicada por los profetas, hasta el viaje misionero de Jesús que culmina en su
muerte y resurrección, la vocación es siempre una acción de Dios que nos hace
salir de nuestra situación inicial, nos libra de toda forma de esclavitud, nos
saca de la rutina y la indiferencia y nos proyecta hacia la alegría de la
comunión con Dios y con los hermanos. Responder a la llamada de Dios, por
tanto, es dejar que él nos haga salir de nuestra falsa estabilidad para
ponernos en camino hacia Jesucristo, principio y fin de nuestra vida y de
nuestra felicidad.