Comienza el tiempo de Adviento.
No os sorprenda que le dé el calificativo que aparece en el título
de esta carta, porque la referencia al “Año pastoral diocesano
vocacional”, objetivo del presente curso, no está al margen del
recuerdo y de la celebración del misterio de Cristo que nos propone y
facilita la liturgia de la Iglesia. ¿No es el Adviento el “tiempo
de la esperanza”? Esto lo saben muy bien todos los cristianos que
participan, al menos cada domingo, en el itinerario espiritual que
nos permite progresar en la vida cristiana.
El Adviento posee una muy
eficaz pedagogía catequética y existencial, en línea con una dimensión
que los que conocen bien su significado denominan “mistérica”,
porque introduce en el “misterio de Jesucristo” de
una manera vital y existencial a los que procuran celebrar el año litúrgico
conscientemente y en profundidad. Es, además, un tiempo muy pedagógico
porque nos sitúa en la expectativa de la celebración de la Navidad
con todas sus connotaciones festivas y alegres. Lo más provechoso
del Adviento lo percibimos en la medida en que nos dejamos conducir
por su misma dinámica reforzando las dimensiones que es preciso tener
presentes en este tiempo litúrgico.
Esto es así en toda vocación
cristiana, tanto en la vocación general a vivir como hijos de Dios, redimidos
y amados por Él, como en las vocaciones específicas que han nacido y
se desarrollan en la vida de la Iglesia: la vocación sacerdotal, la vocación
a la vida consagrada y la vocación al laicado y al apostolado seglar.
No hay que olvidar que en Adviento se nos proponen algunas figuras de
extraordinario valor para nuestra vida cristiana: el profeta
Isaías, Juan El Bautista y, muy especialmente, la Virgen María. Tres modelos
que llenan de contenido este tiempo previo a la Navidad y que constituyen
una referencia espiritual intensa para la acogida del Señor en sus
sucesivas venidas: la que fue anunciada por los profetas en el Antiguo
Testamento (Isaías es el más significativo); la que precedió al nacimiento
de Cristo y a su entrada en la vida pública (el Bautista); y la que se
produjo en el acontecimiento o misterio de la encarnación (María).
Cada una de estas “figuras” representa
una vocación singular, aunque en las tres se advierten coincidencias
muy importantes. Primeramente la llamada de Dios para una misión singular:
la del profeta que predice el acontecimiento, la del mensajero que
va delante y la más hermosa de todas, la de la Madre que lo da a luz. Y
después la gracia divina especial que acompaña a cada vocación, pero
actuando en las tres el mismo Espíritu Santo que ilumina al profeta,
fortalece al testigo y realiza el misterio.
Y el Espíritu Santo sigue
actuando hoy de la misma manera: llamando, eligiendo y acompañando.
Y todo esto en el marco del año litúrgico o, lo que es lo mismo, continuando
la historia de la salvación. Por eso vivir el Adviento consiste en estar
atentos a la posible llamada del Señor como el profeta, en estar disponibles
para pasar a la acción como el Bautista y en decir “sí” como
María. No lo olvidemos: el año litúrgico es estructuralmente
un “itinerario vocacional”: es la celebración de la historia
de la llamada de Dios y de la respuesta de la Iglesia.
Vivámoslo todos así y procuremos
dar testimonio de esta rica experiencia. Feliz y provechoso Adviento
vocacional para todos:
+ Julián López,
Obispo de León